a sincronización, la comunicación, la asimilación y la armonización que demuestran estas extraordinarias criaturas. Nos impresionan y fascinan sus comportamientos, patrones y habilidades colectivas, y nos cautiva su capacidad de actuar en perfecta armonía y funcionar como un único “superorganismo” con un propósito unificado y una voluntad consolidada. Nuestra admiración por las colonias exitosas y las colmenas productivas, nuestro respeto por estos sistemas complejos y espectaculares, y nuestro deleite por la precisión, la persistencia y la resiliencia que impregnan el trabajo de toda su vida, hacen que sea casi imposible para la mayoría de las personas infligir daño alguno a un colectivo de este tipo, siempre que no suponga una amenaza física, por supuesto.
Tras haber visto y apreciado plenamente las maravillosas complejidades, la cohesión impenetrable y la organización meticulosa de una colonia de hormigas o el orden aparentemente espontáneo, la eficiencia y la productividad de una colmena de abejas, la inmensa mayoría de las personas sensatas y cuerdas se sentiría instintivamente inclinada a proteger y preservar formaciones naturales de este tipo, ya que son un testimonio del poder del colectivo. Nadie en su sano juicio destruiría a propósito y sin provocación una colmena de abejas zumbante, o una dinámica colonia de hormigas. Sin embargo, no puede decirse lo mismo de los miembros individuales de sistemas como éstos. Una sola hormiga o una abeja solitaria no gozan de tal reverencia. Por el contrario, se las trata como plagas, sólo despiertan sentimientos de fastidio o repugnancia y, por lo tanto, se las extermina de manera sumaria y casi automática.
Esta analogía es muy válida como ilustración de cómo los poderes fácticos dominantes ven al ciudadano individual. Ellos también buscan proteger y preservar lo colectivo, ellos también aprecian al “público” como un todo –después de todo, no puede haber gobierno si no hay un cuerpo a ser gobernado. Es por eso que las “masas” sin rostro, sin alma, abstractas, la “ciudadanía”, el “cuerpo político”, o como sea que uno elija llamar a este superorganismo humano, es de vital importancia para aquellos que buscan poder y control. Sin embargo, no se manifiesta ningún respeto, o incluso ninguna compasión, para con el ciudadano individual.
Al igual que consideramos que la vida, el sufrimiento y la muerte de los antes mencionados insectos indefensos son totalmente insignificantes y completamente irrelevantes para nuestras propias vidas, así también ven los gobernantes a los gobernados. Y al igual que la mayoría de nosotros no pensaría dos veces antes de aplastar una hormiga con nuestro zapato, tampoco lo hacen los que tienen el poder al aplastar a individuos molestos.
La única diferencia real es que la mayoría de los colectivos humanos está controlada por la ilusión de la elección, la idea de la autodeterminación, y la promesa de la agencia personal. La idea de que en las urnas se escucha la voz de todos. A pesar de carecer por completo de significado, la fantasía “Vox Populi, Vox Dei” han logrado sostener a las democracias occidentales durante siglos. La ciega fe del público en que “el sistema funciona”, en que cada voto cuenta tanto como el siguiente, y en que todos tienen el mismo poder para influir en el resultado de una elección, puede sonar escandalosamente ingenua para el observador racional y perspicaz, pero es esta misma ilusión la que sustenta y sostiene a casi todas las naciones occidentales.
Lo que es aún más asombroso es que incluso cuando el engaño es puesto en evidencia, esta ilusión de elección permanece. En Occidente, durante décadas hemos estado sujetos a la ilusión de elegir entre dos partidos políticos ideológicamente opuestos. Sin embargo, todo tiene mucho más sentido cuando uno se da cuenta de que la derecha y la izquierda son alas unidas a la misma ave.
En cada ciclo electoral, incluido el que estamos viviendo (el de 2024 será el año electoral más importante de la historia en cuanto a número de elecci[...]