Ocurrió el 18 de junio de 1178. Una hora después de la puesta de sol, cinco monjes de la abadía de Canterbury enmudecieron de horror. En vísperas de la luna llena, se había producido un acontecimiento inesperado en el cielo cada vez más oscuro. Los monjes vieron cómo una luz brillante golpeaba el creciente superior de la luna y lo abría. «Una antorcha encendida estalló desde el centro, que esparció fuego, brasas incandescentes y chispas a gran distancia», escribió Gervasio de Canterbury, cronista de la abadía de Christ Church. «Subió una nube de humo, y entonces la luna se volvió negra....».
Gervasio describió todo el fenómeno con detalle en un libro titulado Gesta Stephani.
Durante muchos siglos, los registros de Gervasio permanecieron empolvados en los archivos, en el más absoluto olvido. No fue hasta el siglo XX cuando astrónomos, historiadores y otros científicos se fijaron en ellos. En 1976, el geofísico Jack B. Hartung, de la Universidad Estatal de Nueva York, se asombró de lo convincente y verosímil que Gervasius describía el suceso. Otros testigos presenciales del suceso juraron por su honor que era cierto. Hartung decidió investigar más a fondo el asunto.
Según la hipótesis del científico, el fenómeno fue causado por la caída de un cuerpo espacial sobre la superficie de la Luna. El cráter lunar Giordano Bruno tiene una longitud de veintidós kilómetros, y es de allí de donde debería «verterse la llama». Hartung estudió las imágenes tomadas por las misiones Apolo y llegó a la conclusión de que las huellas de la formación del cráter no están cubiertas de polvo lunar. Según él, la hora y el lugar coinciden con los registros, y el fenómeno en sí podría haber sido causado por un grupo de micrometeoritos. Aunque el científico admitió - la probabilidad de que un evento de esta magnitud podría haber ocurrido en la Luna durante el período de «la existencia de la humanidad» es extremadamente baja.
No obstante, algunos astrónomos han comprobado las conclusiones del geofísico, tras haber estudiado imágenes nuevas en aquel momento del satélite soviético «Luna-24». No refutaron directamente la hipótesis de Hartung, pero tampoco la confirmaron. Como resultado, estalló un debate científico de varios años.